miércoles, 30 de diciembre de 2009

Donde viven los monstruos



Se souvenir des belles choses

Del libro:Donde viven los monstruos, Maurice Sendak

martes, 29 de diciembre de 2009

Sobre los críticos literarios- Guy de Maupassant


"¿Existen reglas para escribir una novela, fuera de las cuales una historia escrita debiera llamarse de otro modo?

Si Quijote es una novela, ¿no lo es también Rojo y negro? Si El conde de Montecristo es una novela, ¿no lo es también L'assomoir? ¿Puede establecerse una comparación entre Las afinidades electivas de Goethe, Los tres mosqueteros de Dumas, Madame Bovary de Flaubert, El Señor de Camor de M.O. Feuillet y Germinal de Zola? ¿Cuál de estas obras es una novela? ¿Cuáles son esas famosas reglas? ¿De donde proceden? ¿Quién las ha establecido? ¿En virtud de qué principio, de qué autoridad y de qué razonamientos?

No obstante, parece ser que esos críticos saben de una manera cierta, indudable, lo que constituye una novela y lo que la distingue de otra que no lo es. Esto, sencillamente, significa que, sin ser productores, están agrupados en una escuela y rechazan, a la manera de los mismos novelistas, todas las obras concebidas y realizadas fuera de su estética.

En cambio, lo que debería hacer un crítico inteligente es buscar aquello que menos se parece a las novelas ya escritas y estimular todo lo posible a los jóvenes para que emprendan nuevos caminos.

Todos los escritores, Victor Hugo igual que Zola, han reclamado con insistencia el derecho absoluto, derecho indiscutible de componer, es decir, de imaginar u observar de acuerdo con su concepto personal del arte. El talento procede de la originalidad que es una manera especial de pensar, de ver, de comprender y de juzgar.

Así pues, el crítico que pretende definir la novela según la idea que de ella se ha forjado con arreglo a las novelas que prefiere, y establecer ciertas reglas invariables de composición, luchará siempre contra un temperamento de artista que aporte un nuevo procedimiento. Un crítico totalmente merecedor de este nombre debería ser tan sólo un analista exento de tendencias, de preferencias, de pasiones, etcétera, y apreciar tan sólo, al igual que un perito en pintura, el valor artístico del objeto de arte que se le somete. Su comprensión, abierta a todo, debe absorber hasta tal punto su personalidad, que pueda descubrir y alabar incluso los libros que no le satisfacen como hombre, pero que debe comprender como juez.

Pero la mayor parte de los críticos no son, en realidad, más que lectores, y el resultado es que nos censuran casi siempre erróneamente o que nos elogian sin reserva y sin tino.

El lector, que únicamente busca en un libro satisfacer la tendencia natural de su espíritu, pide al escritor que responda a su gusto predominante y califica invariablemente como bien escrita la obra o el párrafo que agrada a su imaginación idealista, alegre, picaresca, triste, soñadora o positiva."

viernes, 25 de diciembre de 2009

Prólogo a Antología de la literatura fantástica-Adolfo Bioy Casares


Del prólogo a Antología de la literatura fantástica, realizada por Bioy Casares y en colaboración con Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, extrajimos este fragmento que clasificacuentos fantásticos. Sirven para entender cómo analizaban ellos la literatura, qué valoraban y que no, y para conocer sus "recomendados":


Enumeración de argumentos fantásticos


Argumentos en que aparecen fantasmas. En nuestra antología hay dos, brevísimos y perfectos: el de Ireland y el de Loring Frost. El fragmento de Carlyle (Sartor Resartus), que incluimos, tiene el mismo argumento, pero al revés.

Viajes por el tiempo. El ejemplo clásico es La máquina del tiempo. En este inolvidable relato,
Wells no se ocupa de las modificaciones que los viajes determinan en el pasado y en el futuro, y emplea una máquina que él mismo no se explica. Max Beerbohm, en "Enoch Soames" emplea al diablo, que no requiere explicaciones, y discute, aprovecha, los efectos del viaje sobre el porvenir.
Por su argumento, su concepción general y sus detalles -muy pensados, muy estimulantes del pensamiento y de la imaginación-, por los personajes, por los diálogos, por la descripción del ambiente literario de Inglaterra a fines del siglo pasado, creo que "Enoch Soames" es uno de los cuentos largos más admirables de la antología.

"El más hermoso cuento del mundo", de Kipling, es también de riquísima invención de detalles. Pero el autor parece haberse distraído en cuanto a uno de los puntos más importantes. Nos afirma que Charlie Mears estaba por comunicarle el más hermoso de los cuentos pero no le creemos, si no recurría a sus "invenciones precarias", tendría algunos datos fidedignos o, a lo más, una historia con toda la imperfección de la realidad, o algo equivalente a un atado de viejos periódicos, o -según H. G. Wells- a la obra de Marcel Proust. Si no esperamos que las confidencias de un botero del Tigre sean la más hermosa historia del mundo, tampoco debemos esperarlo de las confidencias de un galeote griego que vivía en un mundo menos civilizado, más pobre.

En este relato no hay, propiamente, viaje en el tiempo; hay recuerdos de pasados muy lejanos. En "El destino es chambón" de Arturo Cancela y Pilar de Lusarreta el viaje es alucinatorio.

De las narraciones de viajes en el tiempo, quizá la de invención y disposición más elegante sea "El brujo postergado", de don Juan Manuel.

Los tres deseos. Hace más de diez siglos empezó a escribirse este cuento; colaboraron en él escritores ilustres de épocas y de tierras distantes, un oscuro escritor contemporáneo ha sabido acabarlo con felicidad.

Las primeras versiones son pornográficas; las encontramos en el Sendebar, en Las mil y una noches (Noche 596: "El hombre que quería ver la noche de la omnipotencia"), en la frase "más desdichada que Banús" registrada en el Kamus, del persa Firuzabadi.

Luego, en Occidente, aparece una versión chabacana. Entre nosotros -dice Burton- (el cuento de los tres deseos) ha sido degradado a un asunto de morcillas.

En 1902, W. W. Jacobs, autor de sketches humorísticos, logra una tercera versión, trágica, admirable.

En las primeras versiones, los deseos se piden a un dios o a un talismán que permanece en el mundo. Jacobs escribe para lectores más escépticos. Después del cuento no continúa el poder del talismán (era conceder tres deseos a tres personas y el cuento refiere lo que sucedió a quienes pidieron los últimos tres deseos). Tal vez lleguemos a encontrar la pata de mono -Jacobs no la destruye- pero no podremos utilizarla.

Argumentos con acción que sigue en el infierno. Hay dos en la antología, que no se olvidarán: el fragmento de Arcana Coelestia, de Swedenborg, y "Donde su fuego nunca se apaga", de May Sinclair. El tema de este último es el del Canto V de La divina comedia:


Questi, che mai, da me, non fia diviso,

La bocca mi bacio tutto tremante.


Con personaje soñado. Incluimos: El impecable "Sueño infinito de Pao Yu", de Tsao Hsue Kin; el fragmento de Through the Looking-Glass, de Lewis Carrol;. "La última visita del caballero enfermo", de Papini.

Con metamorfosis. Podemos citar "La transformación", de Kafka; "Sábanas de tierra", de Silvina Ocampo; "Ser polvo", de Dabove; "Lady into Fox", de Garnett.

Acciones paralelas que obran por analogía. "La sangre en el jardín", de Ramón Gómez de la Serna: "La secta del Loto Blanco".

Tema de la inmortalidad. Citaremos "El judío errante, Mr. Elvisham", de Wells. "Las islas nuevas", de María Luisa Bombal; "She", de Rider Haggard; "L´Atlantide", de Pierre Benoit.

Fantasías metafísicas. Aquí lo fantástico está, más que en los hechos, en el razonamiento. Nuestra antología incluye: "Tantalia", de Macedonio Fernández; un fragmento de "Star Maker", de Olaf Stapledon; la historia de Chuang Tzu y la mariposa, el cuento de la negación de los milagros; "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", de Jorge Luis Borges.

Con el "Acercamiento a Almotásim". con "Pierre Menard", con "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", Borges ha creado un nuevo género literario, que participa del ensayo y de la ficción; son ejercicios de incesante inteligencia y de imaginación feliz, carentes de languideces, de todo elemento humano, patético o sentimental, y destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura.

Cuentos y novelas de Kafka. Las obsesiones del infinito, de la postergación infinita, de la subordinación jerárquica, definen estas obras; Kafka, con ambientes cotidianos, mediocres, burocráticos, logra la depresión y el horror; su metódica imaginación y su estilo incoloro nunca entorpecen el desarrollo de los argumentos.

Vampiros y castillos. Su paso por la literatura no ha sido feliz: recordemos a Drácula, de Bram Stoker (Presidente de la Sociedad Filosófica y Campeón de Atletismo de la Universidad de Dublín), a "Mrs. Amworth", de Benson. No figuran en esta antología.


Los cuentos fantásticos pueden clasificarse, también, por la explicación:

a) Los que se explican por la agencia de un ser o de un hecho sobrenatural.

b) Los que tienen explicación fantástica, pero no sobrenatural ("científica" no me parece el epíteto conveniente para estas intenciones rigurosas, verosímiles, a fuerza de sintaxis).

c) Los que se explican por la intervención de un ser o de un hecho sobrenatural, pero insinúan, también, la posibilidad de una explicación natural ("Sredni Vashtar" de Saki); los que admiten una explicativa alucinación. Esta posibilidad de explicaciones naturales puede ser un acierto, una complejidad mayor; generalmente es una debilidad, una escapatoria del autor, que no ha sabido proponer con verosimilitud lo fantástico.


Escrito por Adolfo Bioy Casares


15 de noviembre de 1990 el escritor argentino Adolfo Bioy Casares recibe el Premio Cervantes. Nacido en 1915, formó parte de un grupo que modificó la historia de la literatura argentina: el grupo en torno a la revista Sur, dirigida por su cuñada Victoria Ocampo. Casado con la escritora Silvina Ocampo y, lo que parece más definitorio todavía para su producción literaria, amigo muy cercano de Jorge Luis Borges, escribió sobre todo narrativa fantástica, entre cuyos títulos se destacan Diario de la guerra del cerdo, Plan de evasión, La invención de Morel y Guirnalda con amores.

Sobre el lenguaje y la claridad-Paul Auster

Fotografía: Chema Madoz

"Creo en una cierta lucidez, en una transparencia. Puede que sea imposible transmitir con simplicidad una idea extremadamente compleja, pero al menos podemos mostrar con claridad los pasos –a, b, c...– que quizá nos lleven a explicarla, en vez de cubrirlo todo con un vago manto de sombras y misterio. La vaguedad no produce nada. Hace unos veinte años tuve una conversación asombrosa con Edmond Jabès, un filósofo francés muy amigo. Hablábamos de la subversión. Y él dijo: “Todo escritor pretende subvertir. Subvertir las maneras de pensar y las actitudes convencionales, sacudir a la gente para que vea el mundo de otro modo. Si alguien quiere ser un poeta de vanguardia y arrojar palabras contra la página, creyendo que así combate contra el imperialismo del lenguaje, perfecto. Pero a nadie le va a importar un bledo. Lo único verdaderamente subversivo y perturbador es la claridad. Pensemos en Kafka. No hay frases más claras y transparentes que las de Kafka. Y al mismo tiempo nadie más perturbador”. Me parece una idea muy fuerte. La claridad es algo así como una generosidad de espíritu. Es reconocer que el escritor y el lector son seres humanos que están compartiendo una experiencia. No se escribe por las palabras en sí: se escribe para decir algo sobre el mundo."


*Extraído de una entrevista del diario argentino Página 12, el 27/04/02.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Un cuento de Navidad


El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando éstos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué...? -preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco -dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero...
-empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Puedo tener un reloj? -preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-.
Hemos llegado.Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.
Autor: Ray Bradbury
Dedicado con amor a quien me lo leyó en la Navidad de diciembre del 2008.

martes, 22 de diciembre de 2009

Las tres condiciones del contagio artístico

Fotografía: Chema Madoz

"Cuanto más fuerte es el contagio, tanto más verdadero es el arte, como tal arte, independientemente de su contenido, es decir, del valor de los sentimientos que nos transmite.Y el grado del contagio artístico depende de tres condiciones: primero, de la mayor o menor singularidad, originalidad, novedad de los sentimientos expresados; segundo, de la mayor o menor claridad en la expresión de esos sentimientos; tercero, de la sinceridad del artista, o de la intensidad mayor o menor con que experimenta él mismo los sentimientos que expresa.


Cuanto más singulares y nuevos son los sentimientos, más se aferran al individuo a quien se transmiten. Este recibe una impresión tanto más viva, en cuanto es más singular y más nuevo el estado de alma al que se encuentra transportado.


La claridad con que son expresados los sentimientos determina en segundo lugar el contagio, porque, dada nuestra impresión de estar unidos con el autor, es mucho más grande nuestra satisfacción, si se encuentran claramente expresados aquellos sentimientos que, desde hace tiempo, nos parece experimentar y que acabamos de expresar felizmente.


Pero, sobre todo, el grado del contagio artístico se determina por el grado de sinceridad del artista. Desde que el espectador, el oyente, el lector, adivinan que el artista está emocionado por su propia obra, se asimilan todos sus sentimientos; y por lo contrario, cuando adivinan que el autor no produce su obra para sí mismo, que no siente lo que expresa nace en ellos un deseo de resistencia, y ni la novedad del sentimiento, ni la claridad de la expresión les lleva a la emoción deseada.


Hablo de las tres condiciones del contagio artístico; pero, en realidad, las tres se reducen a la última, que exige al artista que experimente por cuenta propia los sentimientos que expresa. Esta condición implica, en efecto, la primera, pues si el artista es sincero expresará el sentimiento tal como lo ha experimentado; y, como cada hombre difiere de los demás, los sentimientos del artista serán tanto más nuevos para los demás hombres, cuanto más profundamente los haya él experimentado. Y, de la misma manera, cuanto más sincero es el artista, con mayor claridad expresará el sentimiento nacido en su corazón.


La sinceridad es también la condición esencial del arte. Esta condición está siempre presente en el arte popular y falta casi siempre en el arte de las clases superiores, en el que el artista tiene siempre en cuenta las circunstancias de provecho, de conveniencia o de amor propio profesional.


He aquí, pues, por qué signo cierto se puede diferenciar el arte verdadero de su falsificación, y cómo es posible medir el grado de excelencia del arte, como arte en sí, independientemente de su contenido. Pero se presenta ahora otro problema: ¿por qué signo se distinguirá, en el contenido del arte, cuál es bueno y cuál es malo?"


Autor:León Tolstoi (1828-1910). Destacado escritor ruso, autor de obras extraordinarias como Ana Karenina y La guerra y la paz.

Sobre política y lenguaje, vicios de la escritura-II Parte

Fotografía de Chema Madoz

Dicción pretenciosa

Palabras como fenómeno, elemento, individual (como sustantivo), objetivo, categórico, efectivo, virtual, básico, primario, promover, constituir, exhibir, explotar, utilizar, eliminar, liquidar se usan para adornar una afirmación simple y dar un tono de imparcialidad científica a juicios sesgados. Adjetivos como epocal, épico, histórico, inolvidable, triunfante, antiguo, inevitable, inexorable, verdadero se usan para dignificar el sórdido proceso de la política internacional, mientras que los escritos que glorifican la guerra adoptan un tono arcaico, y sus palabras características son dominio, trono, carroza, mano armada, tridente, espada, escudo, coraza, bota militar, clarín. Se usan palabras y expresiones extranjeras, como "cul de sac", "ancien régime", "deus ex machina", "mutatis mutandis", "statu quo", "Gleichschaltung", "Weltanschauung" para dar un aire de cultura y elegancia. Salvo las abreviaturas útiles "i. e.", "e. g.", y "etc.", no hay ninguna necesidad real de tantos centenares de locuciones extranjeras que hoy son corrientes en el lenguaje inglés. Los malos escritores, en especial los escritores científicos, políticos y sociológicos, casi siempre están obsesionados por la idea de que las palabras latinas o griegas son más grandiosas que las sajonas, y palabras innecesarias como expedito, mejorar, predecir, extrínseco, desarraigado, clandestino, subacuático y otros cientos más ganan terreno sobre las anglosajonas. La jerga peculiar de los escritos marxistas (hiena, verdugo, caníbal, pequeño burgués, estos hidalgos, lacayo, adulador, perro rabioso, guardia blanco, etc.) está integrada por palabras traducidas del ruso, el alemán o el francés; pero la manera normal de acuñar una nueva palabra es usar la raíz latina o griega con la partícula apropiada y, donde sea necesario, el sufijo de tamaño. A menudo es más fácil formar palabras de esta clase (desregionalizar, impermisible, extramarital, no fragmentario, etc.) que pensar palabras inglesas que tengan ese significado. En general, el resultado es un aumento de la dejadez y la vaguedad.


Palabras sin sentido

En ciertos escritos, en particular los de crítica de arte y de crítica literaria, es normal encontrar largos pasajes que carecen casi totalmente de significado. Palabras como romántico, plástico, valores, humano, muerto, sentimental, natural, vitalidad, tal como se usan en crítica de arte, son estrictamente un sinsentido, por cuanto no sólo no señalan un objeto que se pueda descubrir, sino que ni siquiera se espera que el lector lo descubra. Cuando un crítico escribe "El rasgo sobresaliente de la obra del señor x es su cualidad vital", mientras que otro escribe "Lo que atrae de inmediato la atención en la obra del señor x es su tono mortecino peculiar", el lector acepta esto como una simple diferencia de opinión. Si se emplearan palabras como "negro" y "blanco", en vez de los términos de jerga "vida" y "muerte", se vería en seguida que el lenguaje se está usando de manera impropia. Se abusa asimismo de muchos términos políticos. El término fascismo hoy no tiene ningún significado excepto en cuanto significa "algo no deseable". Las palabras democracia, socialismo, libertad, patriótico, realista, justicia tienen varios significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí. En el caso de una palabra como democracia, no sólo no hay una definición aceptada sino que el esfuerzo por encontrarle una choca con la oposición de todos los bandos. Se piensa casi universalmente que cuando llamamos democrático a un país lo estamos elogiando; por ello, los defensores de cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia, y temen que tengan que dejar de usar esa palabra si se le da un significado. A menudo se emplean palabras de este tipo en forma deliberadamente deshonesta. Es decir, la persona que las usa tiene su propia definición privada, pero permite que su oyente piense que quiere decir algo bastante diferente. Declaraciones como "El mariscal Petain era un verdadero patriota", "La prensa soviética es la más libre del mundo", "La Iglesia católica se opone a la persecución" casi siempre tienen la intención de engañar. Otras palabras que se emplean con significados variables, en la mayoría de los casos con mayor o menor deshonestidad son: clase, totalitario, ciencia, progresista, reaccionario, burgués, igualdad.
Sobre política y lenguaje, vicios de la escritura. George Orwell

Sobre política y lenguaje, vicios de la escritura-I Parte

Fotografía de Chema Madoz

Metáforas moribundas

Una metáfora que se acaba de inventar ayuda al pensamiento evocando una imagen visual, mientras que una metáfora técnicamente "muerta" (por ejemplo, "una férrea determinación") se ha convertido en un giro ordinario y por lo general se puede usar sin pérdida de vivacidad. Pero entre estas dos clases hay un enorme basurero de metáforas gastadas que han perdido todo poder evocador y que se usan tan sólo porque evitan a las personas el problema de inventar sus propias frases. Veamos algunos ejemplos: "doblar las campanas por", "blandir el garrote", "mantener a raya", "pisotear los derechos ajenos", "marchar hombro a hombro", "hacerle la jugada a", "no casar pelea", "echar grano al molino", "pescar en río revuelto", "al orden del día", "el talón de Aquiles", "canto del cisne", "estercolero". Muchas de ellas se usan sin saber su significado (¿qué es una "fisura", por ejemplo?) y muchas veces se mezclan metáforas incompatibles, un signo seguro de que el escritor no está interesado en lo que dice. Algunas metáforas que hoy son comunes se han alejado de su significado original sin que quienes las usan sean conscientes de ese hecho. Por ejemplo, "mantener a raya" a veces se confunde con "trazar la raya". Otro ejemplo es el del martillo y el yunque, que hoy siempre se usa con la implicación de que el yunque recibe la peor parte. En la vida real es siempre el yunque el que rompe el martillo, nunca al contrario: un escritor que se detuviese a pensar en lo que está diciendo evitaría pervertir la expresión original.


Operadores o extensiones verbales falsas

Estas evitan el problema de elegir los verbos y sustantivos apropiados, y al mismo tiempo atiborran cada oración con sílabas adicionales que le dan una apariencia de simetría. Algunas expresiones características son "volver no operativo", "militar contra", "hacer contacto con", "estar sujeto a", "dar lugar a", "dar pie a", "tener el efecto de", "cumplir un papel (rol) principal en", "hacerse sentir", "surtir efecto", "exhibir la tendencia a", "servir el propósito de", etc. El principio básico es eliminar los verbos simples. En vez de una sola palabra, como romper, detener, despojar, remendar, matar, un verbo se convierte en una frase, formada por un sustantivo o un adjetivo unido a un verbo de propósito general, como resultar, servir, formar, desempeñar, volver. Además, dondequiera que es posible, se prefiere usar la voz pasiva a la voz activa, y construcciones sustantivadas en vez de gerundios ("mediante el examen" en vez de "examinando”). La gama de verbos se restringe aún más usando formas verbales que terminan en "izar" o empiezan con "des", y se da a las afirmaciones triviales una apariencia de profundidad empleando expresiones que empiezan por "no" en vez de usar el prefijo "in", como "no fundado" en vez de "infundado". Las conjunciones y preposiciones simples se sustituyen por expresiones tales como "con respecto a", "teniendo en consideración que", "el hecho de que", "a fuerza de", "en vista de", "en interés de", "de acuerdo con la hipótesis según la cual"; y se evita terminar las oraciones con un anticlímax mediante lugares comunes tan resonantes como "tan deseado", "no se puede dejar de tener en cuenta", "un desarrollo que se espera en el futuro cercano", "merecedor de seria consideración", "llevado a una conclusión satisfactoria", etcétera.

Sobre política y lenguaje, vicios de la escritura. George Orwell

jueves, 17 de diciembre de 2009

Belle and Sebastian


Music Video produced at the New York Film Academy
October/06 Music by Belle & Sebastian



NOBODY WRITES THEM LIKE THEY USED TO,
SO IT MAY AS WELL BE ME


El Extraño Muchacho se acercó al micrófono y comenzó a cantar. Allí estaba, haciendo por fin aquello por lo que había estado rezando desde el día en que descubrió, después de muchos años sin mostrar ninguna aptitud previa, que era capaz de escribir canciones. Buenas canciones, además.

Canciones hermosas, canciones felices, tristes, canciones dulces y frescas con ingeniosos pensamientos rimados y cuyas melodías traían a la memoria las imágenes de amigos desaparecidos hace tiempo.

Vale, no era el escenario más adecuado, ni el más movido, un bar de Glasgow medio lleno en un día más bien flojo. El Halt Bar entre semana. Y sin embargo, con la guitarra en la mano, y con un micrófono abierto frente a él, el poeta secreto de la ciudad estaba preparado para mostrar sólo cura, o bien para anunciar su brillante talento, a un mundo que no se lo esperaba. Y a pesar de que la ciudad ya tenía una ración más que suficiente de cantantes y compositores en ciernes, el Extraño Muchacho sabía que era más listo que la media. De todas formas, estaba cansado, más incluso de lo que los tíos más madrugadores de aquella sala podrían llegara imaginar, y bien sabe Dios que tenía unos nervios infernales frente a todos estos desconocidos. No se había molestado en invitar a ninguno de sus amigos por miedo a caerse de culo; además, seguramente no habrían hecho otra cosa que reírse, poner los ojos en blanco (como profesores exasperados aunque cariñosos) y despachar aquello como otra de sus ideas estúpidas.

Pero esta vez era diferente. Esta vez había roto la baraja. Sólo necesitaba que hubiera otra gente que se diera cuenta, otra gente que pensara como él, gente a la que pillar desprevenida con su prosa y sus canciones, gente que fuera capaz de alimentar sus ideas, de hacerlas crecer y de vestirlas con los sonidos que él ya tenía en la cabeza. Pero antes tenía que comprobar que no estaba meando contra el viento, tenía que asegurarse de verdad de que era capaz de hacer aquello.
Su interior se retorcía con una mezcla de júbilo y angustia mientras su imaginación fingía que el silencio indiferente que dio la bienvenida a su llegada era en realidad una pausa de anticipación. “Hola a todos. Esto es ‘Expectations’”, dijo, y ya era demasiado tarde para detenerse: imaginando que estaba otra vez en el coro, abrió su corazón y comenzó a cantar.


By Paul Whitelaw


Esta es parte de la primera biografía sobre Belle and Sebastian. Su autor, Paul Whitelaw, nos muestra la impredecible trayectoria personal y creativa del grupo. Sirviéndose de entrevistas exclusivas y de fotografías personales de los miembros del grupo, 'Belle and Sebastian: Una historia de rock moderna' es la historia definitiva del mundo clandestino y del ascenso imparable de ese fenómeno musical único y fascinante que es Belle and Sebastian.


Paul Whitelaw escribe sobre música y arte y vive en Glasgow (Escocia). Desde 2001 trabaja como responsable de la sección de música de Metro, uno de los periódicos más populares del Reino Unido. Su trabajo ha aparecido además en The Scotsman, en Scotland on Sunday, en Melody Maker y en New Musical Express.

sábado, 5 de diciembre de 2009

James Graham Ballard


Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para soltar las riendas de la verdad dentro de nosotros, para demorar la noche, para trascender la muerte, para congraciarnos con los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz de los bosques sumergidos, en la excitación de las playas de vacaciones cuando están desiertas, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de muchos pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en el vuelo, en la belleza de las alas y en la belleza de todo lo que ha volado siempre, en la piedra arrojada por un chico con la misma sabiduría de los estadistas y de las parteras.

Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro y en las infinitas posibilidades del presente.

Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies.

Creo en los dolores de cabeza, en el aburrimiento de los atardeceres, en el miedo de los calendarios, en la traición de los relojes.

Creo en la muerte del mañana, en la fatiga del tiempo, en nuestra búsqueda de un tiempo nuevo dentro de la sonrisa de las azafatas en los ómnibus de larga distancia y dentro de los ojos cansados de los hombres que controlan el tránsito en los aeropuertos fuera de temporada.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en el propósito asesino de la lógica.

Creo en las adolescentes , en como se corrompen a sí mismas por la posición que adoptan sus largas piernas, en la pureza de sus cuerpos desarreglados, en los vellos púbicos que dejan en los baños de los telos mas infames.

Creo en la delicadeza de los bisturíes quirúrgicos ,en la ilimitada geometría de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la charlatanería de los planetas, en la repetitividad de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y en el aburrimiento del átomo.

Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.

Creo en todas las excusas.

Creo en todas las razones.

Creo en todas las alucinaciones.

Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y en la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz.

Hablando de Joaquín


El 17 de noviembre del 2009 se publicó en formato LP de vinilo la discografía completa de Joaquín Sabina. Este extraordinario lanzamiento significa la reedición en vinilo, 15 años después, de sus nueve primeros discos y la publicación por primera vez en este formato de sus cinco últimos álbumes, desde Yo, mi, me, contigo de 1996 hasta Alivio de luto de 2005.


Los LP que aparecen en la caja de vinilos son: Malas compañías (publicado originalmente en 1980), Ruleta rusa (1983), Juez y parte (1985), Joaquín Sabina y Viceversa en directo (1986. Doble LP), Hotel dulce hotel (1987), El hombre del traje gris (1988), Mentiras piadosas (1990), Física y química (1992), Esta boca es mía (1994), Yo, mi, me, contigo (1996), 19 días y 500 noches (1999. Doble LP), Nos sobran los motivos (2000. Doble LP en directo), Dímelo en la calle (2002. Doble LP) y Alivio de luto (2005).


Esperemos pronto que esta fantástica obra y colección del autor llegue a Lima para disfrutarla, y como dice Joaquín: Más de cien palabras, más de cien motivos para sentirnos vivos.

sábado, 31 de octubre de 2009

Recorriendo a Juan Jose Millas


Tú no eres nadie.

Pareces

una conciencia:

la suma de representaciones pasadas o actuales

que quizá te permitan obtener con esfuerzo

alguna imagen de ti misma. Ignoro con qué objeto.

Pero no, no eres nadie, ni siquiera

un desastre glorioso, una desolación,

o una inocente víctima.

Entiéndelo, mi amor, y olvida.

Olvida para siempre los disfraces,

el de conciencia o el de viuda.

Yo te escribo

porque tampoco tengo muchos rasgos

y aunque me gustaría ser Claudia,

sé que soy como tú.

Recorro los pasillos

de las casas igual que tú.

Vigilo los teléfonos con la misma intensidad sospechosa con la que tú los miras.

Tampoco quiero a nadie, aunque estos días de finales de octubre

puedo fingir cierta pasión y disfrazarme,

como tú,

de amante y hablar,

igual que tú,

de mi conciencia.

Pero en realidad soy como tú; es decir

nadie, nadie, nadie. Quien diga lo contrario,

no me quiere.

Autor: Juan José Millas

martes, 27 de octubre de 2009

EL DULCE SABOR DE UNA MUJER EXQUISITA


Si aún no ha pasado el bisturí por tu piel,
si no tienes implantes de silicona en alguna parte de tu cuerpo,
si los rollitos no te generan trauma,
si nunca has sufrido de anorexia,
si tu estatura no afecta tu desarrollo personal,
si cuando vas a la playa prefieres divertirte en el mar y no estar sobre una toalla durante horas,
si crees que la fidelidad sí es posible y la practicas,
si sabes cómo se prepara un arroz,
si puedes preparar un almuerzo completo con postre,
si tu prioridad no es ser rubia a como de lugar,
si no te levantas a las 4:00 a.m. para llegar primera al gimnasio,
si puedes salir con ropa de gimnasia tranquila a la calle un domingo, sin una gota de maquillaje en el rostro...
estás en vía de extinción...eres una mujer exquisita!

Una mujer exquisita no es aquélla que más hombres tiene a sus pies,
sino aquélla que tiene uno sólo que la hace realmente feliz.
Una mujer hermosa no es la más joven, ni la más flaca, ni la que tiene el cutis más terso o el cabello más llamativo;
es aquélla que con tan sólo una franca y abierta sonrisa, con una simple caricia y un buen consejo puede alegrarte la vida.
Una mujer valiosa no es aquélla que tiene más títulos, ni más cargos académicos.
Una mujer exquisita no es la más ardiente (aunque si me preguntan a mí, todas las mujeres son muy ardientes...
y los que estamos fuera de foco somos los hombres);
sino la que vibra al hacer el amor solamente con el hombre que ama.
Una mujer interesante no es aquélla que se siente halagada al ser admirada por su belleza y elegancia,
es aquella mujer firme de carácter que puede decir NO.
Y un hombre...un hombre exquisito es aquél que valora a una mujer así.
Que se siente orgulloso de tenerla como compañera...
que sabe tocarla como un músico virtuosísimo toca su amado instrumento...
que lucha a su lado compartiendo todos sus roles,
desde lavar platos y tender la ropa,
hasta devolverle los masajes y cuidados que ella le prodigó antes...
La verdad, compañeros hombres, es que las mujeres en eso de ser "muy machas" nos llevan gran recorrido...
¡Qué tontos hemos sido -y somos- cuando valoramos el "regalo" solamente por la vistosidad de su empaque!
Tonto y mil veces tonto el hombre que come "basura" en la calle, teniendo un exquisito manjar en casa.

Autor: Gabriel García Marquez

domingo, 9 de agosto de 2009

Por las azoteas de Julio Ramon Ribeyro


A los diez años yo era el monarca de las azoteas y gobernaba pacíficamente mi reino de objetos destruidos. Las azoteas eran los recintos aéreos donde las personas mayores enviaban las cosas que no servían para nada: se encontraban allí sillas cojas, colchones despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbón, muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a medio camino entre el uso póstumo y el olvido. Entre todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la potestad que me fue negada en los bajos. Podía ahora pintar bigotes en el retrato del abuelo, calzar las viejas botas paternales o blandir como una jabalina la escoba que perdió su paja. Nada me estaba vedado: podía construir y destruir y con la misma libertad con que insuflaba vida a las pelotas de jebe reventadas, presidía la ejecuci6n capital de los maniquís. Mi reino, al principio, se limitaba al techo de mi casa, pero poco a poco, gracias a valerosas conquistas, fui extendiendo sus fronteras por las azoteas vecinas. De estas largas campanas, que no iban sin peligros –pues había que salvar vallas o saltar corredores abismales– regresaba siempre enriquecido con algún objeto que se añadía a mi tesoro o con algún rasguño que acrecentaba mi heroísmo. La presencia esporádica de alguna sirvienta que tendía ropa o de algún obrero que reparaba una chimenea, no me causaba ninguna inquietud pues yo estaba afincado soberanamente en una tierra en la cual ellos eran solo nómades o poblaciones trashumantes. En los linderos de mi gobierno, sin embargo, había una zona inexplorada que siempre despertó mi codicia. Varias veces había llegado hasta sus inmediaciones pero una alta empalizada de tablas puntiagudas me impedía seguir adelante. Yo no podía resignarme a que este accidente natural pusiera un límite a mis planes de expansión. A comienzos del verano decidí lanzarme al asalto de la tierra desconocida. Arrastrando de techo en techo un velador desquiciado y un perchero vetusto, llegué al borde de la empalizada y construí una alta torre. Encaramándome en ella, logre pasar la cabeza. Al principio solo distinguí una azotea cuadrangular, partida al medio por una larga farola. Pero cuando me disponía a saltar en esa tierra nueva, divisé a un hombre sentado en una perezosa. El hombre parecía dormir. Su cabeza caía sobre su hombro y sus ojos, sombreados por un amplio sombrero de paja, estaban cerrados.. Su rostro mostraba una barba descuidada, crecida casi por distracción, como la barba de los náufragos. Probablemente hice algún ruido pues el hombre enderezó la cabeza y quedo mirándome perplejo. El gesto que hizo con la mano lo interpreté como un signo de desalojo, y dando un salto me alejé a la carrera. Durante los días siguientes pasé el tiempo en mi azotea fortificando sus defensas, poniendo a buen recaudo mis tesoros, preparándome para lo que yo imaginaba que sería una guerra sangrienta. Me veía ya invadido por el hombre barbudo; saqueado, expulsado al atroz mundo de los bajos, donde todo era obediencia, manteles blancos, tías escrutadoras y despiadadas cortinas. Pero en los techos reinaba la calma más grande y en vano pasé horas atrincherado, vigilando la lenta ronda de los gatos o, de vez en cuando, el derrumbe de alguna cometa de papel. En vista de ello decidí efectuar una salida para cerciorarme con qué clase de enemigo tenía que vérmelas, si se trataba realmente de un usurpador o de algún fugitivo que pedía tan solo derecho de asilo. Armado hasta los dientes, me aventuré fuera de mi fortín y poco a poco fui avanzando hacia la empalizada. En lugar de escalar la torre, contorneé la valla de maderas, buscando un agujero. Por entre la juntura de dos tablas apliqué el ojo y observé: el hombre seguía en la perezosa, con templando sus largas manos trasparentes o lanzando de cuando en cuando una mirada hacia el cielo, para seguir el paso de las nubes viajeras. Yo hubiera pasado toda la mañana allí, entregado con delicia al espionaje, si es que el hombre, después de girar la cabeza no quedara mirando fijamente el agujero. –Pasa –dijo haciéndome una sena con la mano–. Ya se que estas allí. Vamos a conversar. Esta invitación, si no equivalía a una rendición incondicional, revelaba al menos el deseo de parlamentar. Asegurando bien mis armamentos, trepé por el perchero y salté al otro lado de la empalizada. El hombre me miraba sonriente. Sacando un pañuelo blanco del bolsillo –¿era un signo de paz?– se enjugó la frente. –Hace rato que estas allí –dijo–. Tengo un oído muy fino. Nada se me escapa... ¡Este calor! –¿Quién eres tú? –le pregunté.



–Yo soy el rey de la azotea– me respondió. –¡No puede, ser! –protesté– El rey de la azotea soy yo. Todos los techos son míos. Desde que empezaron las vacaciones paso todo el tiempo en ellos. Si no vine antes por aquí fue porque estaba muy ocupado por otro sitio. –No importa –dijo–. Tú serás el rey durante el día y yo durante la noche. –No –respondí–. Yo también reinaré durante la noche. Tengo una linterna. Cuando todos estén dormidos, caminaré por los techos, –Está bien –me dijo–. ¡Reinarás también por la noche! Te regalo las azoteas pero déjame al menos ser el rey de los gatos. Su propuesta me pareció aceptable. Mentalmente lo convertía ya en una especie de pastor o domador de mis rebaños salvajes. –Bueno, te dejo los gatos. Y las gallinas de la casa de al lado, si quieres. Pero todo lo demás es mío. –Acordado –me dijo–. Acércate ahora. Te voy a contar un cuento. Tú tienes cara de persona que le gustan los cuentos. ¿No es verdad? Escucha, pues: «Había una vez un hombre que sabia algo. Por esta razón lo colocaron en un pulpito. Después lo metieron en una cárcel. Después lo internaron en un manicomio. Después lo encerraron en un hospital. Después lo pusieron en un altar. Después quisieron colgarlo de una horca. Cansado, el hombre dijo que no sabía nada. Y so10 entonces lo dejaron en paz». Al decir esto, se echó a reír con una risa tan fuerte que terminó por ahogarse. Al ver que yo lo miraba sin inmutarme, se puso serio. –No te ha gustado mi cuento –dijo–. Te voy a contar otro, otro mucho mas fácil: «Había una vez un famoso imitador de circo que se llamaba Max. Con unas alas falsas y un pico de cartón, salía al ruedo y comenzaba a dar de saltos y a piar. ¡El avestruz! decía la gente, señalándolo, y se moría de risa. Su imitación del avestruz lo hizo famoso en todo el mundo. Durante anos repitió su número, haciendo gozar a los niños y a los ancianos. Pero a medida que pasaba el tiempo, Max se iba volviendo más triste y en el momento de morir llamó a sus amigos a su cabecera y les dijo: Voy a revelarles un secreto. Nunca he querido imitar al avestruz, siempre he querido imitar al canario». Esta vez el hombre no rio sino que quedó pensativo, mirándome con sus ojos indagadores. –¿Quién eres tú? –le volví a preguntar– ¡No me habrás engañado? ¿Por qué estás todo el día sentado aquí? ¿Por qué llevas barba? ¿Tú no trabajas? ¿Eres un vago? –¡Demasiadas preguntas! –me respondió, alargando un brazo, con la palma vuelta hacia mí– Otro día te responderé. Ahora vete, vete por favor. ¿Por qué no regresas mañana? Mira el sol, es como un ojo… ¿lo ves? Como un ojo irritado. EI ojo del infierno. Yo miré hacia lo alto y vi solo un disco furioso que me encegueció. Caminé, vacilando, hasta la empalizada y cuando la salvaba, distinguí al hombre que se inclinaba sobre sus rodillas y se cubría la cara con su sombrero de paja. Al día siguiente regresé. –Te estaba esperando –me dijo el hombre–. Me aburro, he leído ya todos mis libros y no tengo nada qué hacer. En lugar de acercarme a él, que extendía una mano amigable, lancé una mirada codiciosa hacia un amontonamiento de objetos que se distinguía al otro lado de la farola. Vi una cama desarmada, una pila de botellas vacías. –Ah, ya sé –dijo el hombre–. Tú vienes solamente por los trastos. Puedes llevarte lo que quieras. Lo que hay en la azotea –añadió con amargura– no sirve para nada. –No vengo por los trastos –le respondí–. Tengo bastantes, tengo más que todo el mundo. –Entonces escucha lo que te voy a decir: el verano es un dios que no me quiere. A mí me gustan las ciudades frías, las que tienen allá arriba una compuerta y dejan caer sus aguas. Pero en Lima nunca llueve o cae tan pequeño rocío que apenas mata el polvo. ¿Por qué no inventamos algo para protegernos del sol? –Una sombrilla –le dije–, una sombrilla enorme que tape toda la ciudad. –Eso es, una sombrilla que tenga un gran mástil, como el de la carpa de un circo y que pueda desplegarse desde el suelo, con una soga, como se iza una bandera. Así estaríamos todos para siempre en la sombra. Y no sufriríamos.


Cuando dijo esto me di cuenta que estaba todo mojado, que la transpiración corría por sus barbas y humedecía sus manos. –¿Sabes por qué estaban tan contentos los portapliegos de la oficina? –me pregunto de pronto– Porque les habían dado un uniforme nuevo, con galones. Ellos creían haber cambiado de destino, cuando solo se habían mudado de traje. –¿La construiremos de tela o de papel? –le pregunté. El hombre quedo mirándome sin entenderme. –¡Ah, la sombrilla! –exclamó– La haremos mejor de piel, ¿qué te parece? De piel humana. Cada cual dará una oreja o un dedo. Y al que no quiera dárnoslo, se lo arrancaremos con una tenaza. Yo me eche a reír. El hombre me imitó. Yo me reía de su risa y no tanto de lo que había imaginado –que le arrancaba a mi profesora la oreja con un alicate– cuando el hombre se contuvo. –Es bueno reír –dijo–, pero siempre sin olvidar algunas cosas: por ejemplo, que hasta las bocas de los niños se llenarían de larvas y que la casa del maestro será convertida en cabaret por sus discípulos. A partir de entonces iba a visitar todas las mañanas al hombre de la perezosa. Abandonando mi reserva, comencé a abrumarlo con toda clase de mentiras e invenciones. Él me escuchaba con atención, me interrumpía solo para darme crédito y alentaba con pasión todas mis fantasías. La sombrilla había dejado de preocuparnos y ahora ideábamos unos zapatos para andar sobre el mar, unos patines para aligerar la fatiga de las tortugas. A pesar de nuestras largas conversaciones, sin embargo, yo sabía poco o nada de él. Cada vez que lo interrogaba sobre su persona, me daba respuestas disparatadas u oscuras: –Ya te lo he dicho: yo soy el rey de los gatos. ¿Nunca has subido de noche? Si vienes alguna vez verás cómo me crece un rabo, cómo se afilan mis uñas, cómo se encienden mis ojos y cómo todos los gatos de los alrededores vienen en procesión para hacerme reverencias. O decía: –Yo soy eso, sencillamente, eso y nada más, nunca lo olvides: un trasto. Otro día me dijo: –Yo soy como ese hombre que después de diez años de muerto resucitó y regresó a su casa envuelto en su mortaja. Al principio, sus familiares se asustaron y huyeron de él. Luego se hicieron los que no lo reconocían. Luego lo admitieron pero haciéndole ver que ya no tenía sitio en la mesa ni lecho donde dormir. Luego lo expulsaron al jardín, después al camino, después al otro lado de la ciudad. Pero como el hombre siempre tendía a regresar, todos se pusieron de acuerdo y lo asesinaron. A mediados del verano, el calor se hizo insoportable. El sol derretía el asfalto de las pistas, donde los saltamontes quedaban atrapados. Por todo sitio se respiraba brutalidad y pereza. Yo iba por las mañanas a la playa en los tranvías atestados, llegaba a casa arenoso y famélico y después de almorzar subía a la azotea para visitar al hombre de la perezosa. Este había instalado un parasol al lado de su sillona y se abanicaba con una hoja de periódico. Sus mejillas se habían ahuecado y, sin su locuacidad de antes, permanecía silencioso, agrio, lanzando miradas coléricas al cielo. –¡El sol, el sol! –repetía–. Pasará él o pasaré yo. ¡Si pudiéramos derribarlo con una escopeta de corcho! Una de esas tardes me recibió muy inquieto. A un lado de su sillona tenía una caja de cartón. Apenas me vio, extrajo de ella una bolsa con fruta y una botella de limonada. –Hoy es mi santo –dijo–. Vamos a festejarlo. ¿Sabes lo que es tener treinta y tres años? Conocer de las cosas el nombre, de los países el mapa. Y todo por algo infinitamente pequeño, tan pequeño –que la uña de mi dedo meñique sería un mundo a su lado. Pero ¿no decía un escritor famoso que las cosas más pequeñas son las que más nos atormentan, como, por ejemplo, los botones de la camisa? Ese día me estuvo hablando hasta tarde, hasta que el sol de brujas encendió los cristales de las farolas y crecieron largas sombras detrás de cada ventana teatina. Cuando me retiraba, el hombre me dijo: –Pronto terminarán las vacaciones. Entonces, ya no vendrás a verme. Pero no importa, porque ya habrán llegado las primeras lloviznas.En efecto, las vacaciones terminaban.


Los muchachos vivíamos ávidamente esos últimos días calurosos, sintiendo ya en lontananza un olor a tinta, a maestro, a cuadernos nuevos. Yo andaba oprimido por las azoteas, inspeccionando tanto espacio conquistado en vano, sabiendo que se iba a pique mi verano, mi nave de oro cargada de riquezas. El hombre de la perezosa parecía consumirse. Bajo su parasol, lo veía cobrizo, mudo, observando con ansiedad el último asalto del calor, que hacia arder la torta de los techos. –¡Todavía dura! –decía señalando el cielo– ¿No te parece una maldad? Ah, las ciudades frías, las ventosas. Canícula, palabra fea, palabra que recuerda a un arma, a un cuchillo. Al día siguiente me entregó un libro: –Lo leerás cuando no puedas subir. Así te acordarás de tu amigo... de este largo verano. Era un libro con grabados azules, donde había un personaje que se llamaba Rogelio. Mi madre lo descubrió en el velador. Yo le dije que me lo había regalado «el hombre de la perezosa». Ella indagó, averiguó y cogiendo el libro con un papel, fue corriendo a arrojarlo a la basura. –¿Por qué no me habías dicho que hablabas con ese hombre? ¡Ya verás esta noche cuando venga tu papá! Nunca más subirás a la azotea. Esa noche mi papa me dijo: –Ese hombre está marcado. Te prohíbo que vuelvas a verlo. Nunca más subirás a la azotea. Mi mama comenzó a vigilar la escalera que llevaba a los techos. Yo andaba asustado por los corredores de mi casa, por las atroces alcobas, me dejaba caer en las sillas, miraba hasta la extenuación el empapelado del comedor –una manzana, un plátano, repetidos hasta el infinito– u hojeaba los álbumes llenos de parientes muertos. Pero mi oído solo estaba atento a los rumores del techo, donde los últimos días dorados me aguardaban. Y mi amigo en ellos, solitario entre los trastos. Se abrieron las clases en días aun ardientes. Las ocupaciones del colegio me distrajeron. Pasaba mañanas interminables en mi pupitre, aprendiendo los nombres de los catorce incas y dibujando el mapa del Perú con mis lápices de cera. Me parecían lejanas las vacaciones, ajenas a mí, como leídas en un almanaque viejo. Una tarde, el patio de recreo se ensombreció, una brisa fría barrió el aire caldeado y pronto la garúa comenzó a resonar sobre las palmeras. Era la primera lluvia de otoño. De inmediato me acordé de mi amigo, lo vi, lo vi jubiloso recibiendo con las manos abiertas esa agua caída del cielo que lavaría su piel, su corazón. Al llegar a casa estaba resuelto a hacerle una visita. Burlando la vigilancia materna, subí a los techos. A esa hora, bajo ese tiempo gris, todo parecía distinto. En los cordeles, la ropa olvidada se mecía y respiraba en la penumbra, y contra las farolas los maniquís parecían cuerpos mutilados. Yo atravesé, angustiado, mis dominios y a través de barandas y tragaluces llegué a la empalizada. Encaramándome en el perchero, me asomé al otro lado. Solo vi un cuadrilátero de tierra humedecida. La sillona, desarmada, reposaba contra el somier oxidado de un catre. Caminé un rato por ese reducto frío, tratando de encontrar una pista, un indicio de su antigua palpitación. Cerca de la sillona había una escupidera de loza. Por la larga farola, en cambio, subía la luz, el rumor de la vida. Asomándome a sus cristales vi el interior de la casa de mi amigo, un corredor de losetas por donde hombres vestidos de luto circulaban pensativos. Entonces comprendí que la lluvia había llegado demasiado tarde.


Escrito en Berlín en 1958, por el maestro Julio Ramon Ribeyro

Homenaje a Julio Ramon Ribeyro




Conmemorandose los 80 años del nacimiento de Julio Ramon Ribeyro, el Centro Cultural Inca Garcilaso de la cancillería inicia una serie de actividades en honor a uno de los más grandes escritores peruanos y latinoamericanos, dicho evento titulado :CONVERSATORIO "RIBEYRO, LA PALABRA ELOCUENTE", incluirá dos conversatorios y una exposición documental de sus obras, el ingreso es libre. Para quienes deseen asistir a esta memorable exposición de sus obras, fotografías del autor y otros pueden encontrar mas información en el siguiente link: http://www.ccincagarcilaso.gob.pe/conferenciasprox.asp


sábado, 4 de julio de 2009

En el mundo-Popolvoh

Cuanto puede uno leer y aprender, ascender y explorar ; sin embargo nada logra cuestionarme, son sólo palabras del hombre, lenguas vespertinas escondidas en razón. A lo largo de los años mientras más sé, menos entiendo lo que pasa en el mundo o a mi alrededor , lo que hacen los hombres, no lo sé, estamos equivocados o es acaso que ese conocimiento ya me recorrió tanto que me es inmune, sin embargo hoy en la mirada de una noche, aprendí que el mundo es más increíble de lo que uno puede pensar.

Que claro y libre conocimiento existió, hoy para mi cuando sentí en mi mejilla el quemar del sol y entendí aquello que sintieron los primeros hombres al verlo , después de abandonar su caverna . Al tocar el agua tan fría que estremeció mi cuerpo, sentir el viento frió que me hizo vulnerable y me obligo a buscar abrigo, al querer sentir calor humano y no encontrarlo me sentí tal vez mas pérdido y menos humano.

jueves, 2 de julio de 2009

Difuminado


Quisiera ser ese pez del océano, de escamas brillantes y fuertes aletas, para así sumergirme en su profundidad y que esa sangre caliente de dolor que recorre mi cuerpo, encuentre alivio en la frialdad de aquella inmesidad , que tal vez sea mas aliviante, que lo que la humanidad me puede ofrecer en este momento , zambullirme en las profundas abisales y comprobar su oscuridad para hallar serenidad y no tener miedo; después desplazarme a la superficie para sentir el calor del sol y la frescura salada del mar y descubrir, tal vez , que estoy vivo , integrarme a ese cardumen y sentirme uno mas, sin distinción y poder asi escapar de la singularidad que me ofrece este mundo humano.

Destino


Alguna vez me pregunte cual es el color de la sangre de los gays?, creo imaginarmelo Oh¡ vaya que si , ese purpura intenso casi rojizo de escarchas plateadas, del cual yo me llenada mientras lucia escondido aquel vestido que se ocultaba en el placard de mi madre. Ahora despues de 20 años recuerdo haberla visto usarlo una sola vez, ese dia ellos eran uno, mi madre al verme mirarla tan intensamente, se acerco a mi y me invito a bailar , y si debo admitirlo eran uno, ella y el,las unicas palabras que mi madre pronuncio cerca de mi oido fueron aquellas que marcaron mi vida , todo lo que se acerque a tu piel eres tu, si no los aceptas estaras muerto.



Hoy yo soy aquel que se esconde , tras el triste dizfraz de la normalidad, si te encuentro estas muerto.

lunes, 29 de junio de 2009

Perdido

Ahora soy un latir, intenso y cruel.
Hace unos meses tuve un sueño extraño y tal vez ese dia comenzo todo, sobre mi mano descansaba un corazon pesado y grotesco, las venas palpaban mi piel y la sangre exhalaba a muerte, tras tomar conciencia de aquel latir ensordecedor e intenso que me invadia , desesperado, intente despertar. Crei en vano haberlo hecho, era la imagen de mi que yacia en el lecho, el silencio invadia la habitacion , oscura y fria , palme mi piel y se desvanecia en mi, mire entonces mi pecho , ya no tenia vida, desperte entonces.

Ahora vago por las noches , buscando lo unico de mi que te llevaste, y el sonido ensordecedor de ese latido que yo busco , no me deja vivir.

Mis primeros Microrelatos

Instantes

Un cuerpo yacia desnudo en aquel paraje barroco, centrado en una tarima y una sabana de seda negra , absolutamente todos los habitantes de aquel lugar le hacian el amor con los ojos. Por breves momentos las voces pedian las plasticidad del placer y movimiento de las caricias en su torso, fragil¡ sublime¡ pasion¡ gritaban los viejos padres del caseron. Todos alli comtenplaban , capturaban y difuminaban ,a traves de sus manos se iba aquel soplo de vida de una imagen casi perfecta , imperecedera e irrepetible. Tal vez y sin darse cuenta , era un cuarto para las 6:00 de la tarde , fue Ruben quien alisto su caballete y asi uno a uno empezaron a guardar las escayolas, los limpiatipos y el grafito en un baile descomunal por tratar de ganarle al tiempo, cada uno observaria por ultima vez esa forma desnuda de una belleza descomunal a sus ojos que intentaban capturar en un vahido y simple trozo de papel. La denudez murio en aquel momento.

Mis palabras



Y la palabra estuvo allí, es la manera más clara y sincera que conozco para manifestarme. Cuando era pequeña fueron las primeras palabras de amor de mis padres las que me guiaron, después las palabras de miles de amigos que leí y miles de amigos que me dieron sus palabras, entonces oí después escuche. Fueron con unas primeras palabras que exprese mi amor, así toque y aquella persona me toco con sus palabras para siempre.



A veces las palabras me asaltan, me toman como embrujo endemoniado y no puedo detenerme, brotan por si solas y necesito escribirlas, decirlas, soltarlas y a veces hasta matarlas. Unas veces son tan impulsivas que juegan con el resquicio de mi razón y mi cordura, otras veces son suaves que acabo durmiendo en un sueño de Estambul.



Amo tanto las palabras, a veces el amor que siento se manifiesta por ellas, y mis palabras suelen ser tan sinceras que llegan como tempestad a los corazones para luego darles calma como la inmensidad del mar sosiego. A veces suelen ser duras como rocas o dulces como miel, pero son quienes las reciben los que deciden que son para ellos, mis palabras. Quisiera algunas pequeñas palabras que aun no escucho, pero que serian mi felicidad más grande, porque por ser pequeñas son perfectas. Mis palabras son el naufragio de mi propia vida, que sí saben de donde vienen pero no saben adonde van.



Todo esta en la palabra, no tienen tiempo ni lugar, son de alguien pero al llegar a otros son de todos; pueden ser muchas o puede ser una pero eso cambia el mundo y cambia tu mundo. En el pasado, el hombre prehistórico busco la manera de manifestarse por medio de sonidos, su voz dio inicio a la palabra, al transcurrir el tiempo las palabras fueron colocadas en un papel por el tacto para llegar a todos por medio de los libros, noticias, etc. Después pudimos leerlas y hasta escucharlas, pero yo he descubierto algo importante que las palabras pueden tocarnos como nada lo ha hecho, porque tocan el alma.



Y así son mis palabras, pequeñas, exactas, perfectas que son mías pero serán de ustedes; que son de hoy pero nacieron de ayer para morir mañana. Son palabra de mujer o de hombre, son palabras de niños y de adultos, son palabras de paz y de guerra, son palabras que simplemente son en su estructura un espíritu viviente que corre mas allá de mi propio ser, que lo alientan, que lo persiguen, que lo construyen y lo destruyen.



Son tan solo y simplemente palabras que se escapan de mi mente, cuerpo y alma.